La[1] globalización de la economía[2] –determinante de la apertura comercial y de la suscripción de tratados de libre comercio (TLC) y, en consecuencia, generadora de un aumento de la competencia en los mercados de productos y de políticas empresariales más interesadas en la reducción de los costos laborales que en la concesión de nuevos o mayores beneficios a los trabajadores[3]– y las reformas laborales –la desregulación de las instituciones protectoras de los trabajadores– han generado desafíos para el sindicalismo[4], relacionados con las formas tradicionales de organización sindical, la conformación de centros estratégicos de acción sindical, el discurso ideológico y la articulación del movimiento sindical con los partidos políticos[5]; y vinculados también, con la coordinación entre los agentes sociales[6] y la prestación de nuevos servicios[7]. Para encararlos, los sindicatos deben incontestablemente modificar el ejercicio de las funciones sindicales[8]: la representación de los intereses profesionales, las acciones de reivindicación y de participación y la negociación colectiva[9].
En este trabajo y en el contexto latinoamericano, procuramos desarrollar brevemente cada uno de tales aspectos. Presentamos algunos desafíos al movimiento sindical, nuestra conclusión al respecto y una apreciación en perspectiva.
1. El establecimiento de sindicatos en atención a su base geográfica
Un primer desafío afecta la función de representación de los intereses profesionales: las formas tradicionales de organización sindical dificultan y hasta impiden la sindicación[10].
Ciertamente, el fortalecimiento de la representatividad de los sindicatos constituye un aspecto importante “de la necesaria adaptación del sindicalismo a la evolución del mundo”[11]. Así, debe considerarse la necesidad de revisar las estructuras sindicales actuales[12].
En América Latina predominan los sindicatos de empresa[13], que congregan a los trabajadores de una sola empresa y restringen el tamaño del sindicato al tamaño de aquélla. Pero al regular los requisitos para constituirlos, las legislaciones latinoamericanas señalan el número mínimo de trabajadores requeridos al efecto[14], que acostumbra ser alto en relación con el tamaño promedio de las empresas[15]. En verdad, dichos sindicatos “son absolutamente inadecuados a países cuyas empresas son, en general, de mediana o pequeña dimensión porque –en tales circunstancias– resultan proclives a la atomización y debilitamiento del movimiento sindical”[16].
Además de la dimensión de las empresas, las modalidades de contratación (los contratos de trabajo de duración determinada) y la flexibilización del tiempo de trabajo obstruyen igualmente la sindicación por empresa[17].
Entonces, convendría promover la organización de los sindicatos en atención a su base geográfica, “que puede reducirse a una parte del territorio nacional, a todo el territorio nacional y aun internacionalizarse”[18]. Para enfrentar las nuevas formas de organización de las empresas, que se instalan en lugares en los que nunca hubo sindicatos, y con miras a conciliar la concentración espacial de los trabajadores con sindicatos que la evidencien, debiera tratarse de combinar la instauración territorial de las empresas con el movimiento sindical; es decir, “los sectores económicos que han surgido como resultado de la liberalización comercial en lugares sin tradición sindical podrían ser objeto de una ofensiva orientada a la sindicalización de los trabajadores de esos nuevos sectores, como son los de la industria maquiladora, la cosecha de fruta y las flores de exportación, y los servicios públicos. También podrían servir para organizar categorías sociales como las mujeres o los jóvenes que son contratados en condiciones muy precarias”[19]. En suma: “El sindicalismo debe explorar esas alternativas para adecuar las características del nuevo aparato productivo y del nuevo marco institucional a los requisitos de la representación colectiva de los trabajadores”[20].
En similar orientación, puede proponerse al respecto “la articulación de la diversidad del mundo del trabajo y la ampliación de las formas de representación”[21].
2. La conformación de centros estratégicos de acción sindical
Los sindicatos desempeñan predominantemente su función de representación de los intereses profesionales a través de actitudes de reivindicación, de enfrentamiento, de contestación a los intereses estatales o empresariales[22]. El segundo desafío concierne, pues, a esta acción sindical de reivindicación.
En esta línea, debiera establecerse centros estratégicos de acción sindical para fortalecer la acción reivindicativa en los sectores estratégicos de la nueva economía y estimular, por tanto, una renovación del sindicalismo, de sus formas de organización y de sus formas de acción[23]. “En efecto, en la industria maquiladora, en la industria de la cosecha y empaque de fruta y de flores de exportación, en la manufactura de autopartes, en las telecomunicaciones y en algunos servicios públicos como la salud y la educación, o no existen sindicatos o no desempeñan el papel que deberían desempeñar dada la importancia de esos sectores en el TMI (modelo de desarrollo consistente en la “transnacionalización” del mercado interno). El movimiento obrero, a partir de esta nueva realidad, en vez de localizar su atención en sus bases tradicionales de apoyo, podría concentrarse en estos sectores que, por ocupar un lugar estratégico en la economía, podrían convertirse en centros de acción sindical que pudieran cuestionar las formas a través de las cuales se han implementado hasta ahora las estrategias exportadoras”[24].
3. La cuestión ideológica[25]
Los sindicatos ejercen asimismo su función de representación de los intereses profesionales mediante una actitud de participación, tanto en organismos públicos o sociales como en la empresa. En la actualidad, “la participación del sindicato en la vida pública de los países ya es una de las funciones sindicales importantes. Hoy, el sindicato participa ampliamente en la vida social, económica y política de numerosos países, poseyendo representantes en gran cantidad de órganos gubernamentales y de las propias empresas, públicas y privadas”[26]. Así, el tercer desafío atañe a esta acción sindical de participación.
Precisamente, los sindicatos debieran elaborar un “discurso ideológico” y participar mediante la formulación de proyectos que den sentido a las reivindicaciones logradas o pretendidas. Por ejemplo, la tendencia a la informalidad de los mercados de trabajo (y de las relaciones laborales), el estancamiento de las remuneraciones y la exclusión de los sindicatos de los organismos de toma de decisiones en las instituciones de la salud o de la seguridad social “pueden ser enfrentados a través de propuestas y de alternativas formuladas por los trabajadores”[27].
En este orden, convendría también a los sindicatos “la legitimación de los derechos laborales de cara a la opinión pública conquistando espacios en los medios de comunicación de masa y abriendo nuevas formas de solidaridad social”[28].
4. La rearticulación del movimiento obrero con los partidos políticos
Un cuarto desafío consiste en la rearticulación del movimiento obrero con los partidos políticos[29]. Tema este, vinculado a la acción sindical participativa y al ejercicio de la negociación colectiva.
Esto, porque: “De una subordinación estrecha a los imperativos de los partidos tanto en la versión corporativa como en la versión clasista, el movimiento obrero ha pasado a una marginación de sus intereses específicos en el ámbito político. A la deriva, sin articulaciones significativas (…) los sindicatos defienden a duras penas espacios en el ámbito de la negociación colectiva, sabiendo que sin vinculaciones con la política, esos espacios son frecuentemente ineficaces. Por lo cual, el movimiento obrero (…) podría quizás recuperar algún grado de influencia en la definición de los objetivos de algunos partidos políticos, los cuales, a su vez, podrían encontrar en el actor sindical, a un aliado que pudiera contribuir con sus votos pero también con sus ideas a la democratización del proceso de toma de decisiones en el modelo de desarrollo de la transnacionalización del mercado interno”[30].
5. La coordinación entre los agentes sociales
La coordinación entre los agentes sociales constituye un quinto desafío, que corresponde al ejercicio de la negociación colectiva.
Así, debiera facilitarse la coordinación entre los sindicatos y las organizaciones empresariales para la fijación de remuneraciones y el establecimiento de las condiciones de trabajo[31]. Tal coordinación influye decididamente sobre el funcionamiento del mercado de trabajo y el rendimiento macroeconómico[32]. Conforme demuestra un reciente estudio promovido por el Banco Mundial, una negociación colectiva coordinada conduce a mejores resultados económicos respecto a negociaciones “semicoordinadas”, y éstas, a su vez, mejores respecto a negociaciones “descoordinadas”: en los países donde existe una negociación colectiva “altamente coordinada”, el desempleo tiende a ser menor y menos persistente, la desigualdad salarial es también menor y las huelgas son pocas y de corta duración[33]. Específicamente, la coordinación entre empleadores tiende a producir menor desempleo; al tiempo que la “atomización” sindical y la existencia de diversas confederaciones tienden a propiciar desempleo e inflación[34]. En definitiva, “la coordinación entre los agentes sociales puede promover un mejor clima para la inversión y a la vez fomentar un distribución más equitativa de la producción”[35].
La coordinación entre los agentes sociales incide sobre el nivel de la negociación colectiva[36]. Entonces, los gobiernos, los empleadores y los trabajadores pueden recurrir a la negociación colectiva coordinada (o mejor, “centralizada”), “a nivel nacional”, para “asegurarse” frente a las perturbaciones que puedan ocasionar los mercados internacionales. “De hecho, aquellos países que están más expuestos a riesgos externos (tales como la apertura al comercio internacional) tienden a tener una estructura salarial más comprimida, sistemas de negociación colectiva más centralizados y un salario mínimo relativamente más alto”[37].
6. Prestación de nuevos servicios
A saber, “la crisis que atraviesa el Estado del bienestar y las dificultades que conocen los sindicatos para mantener sus afiliados o para atraer nuevos miembros han suscitado un nuevo interés por los servicios sociales que los sindicatos pueden brindar a sus miembros… para un número creciente de empleados y técnicos, la acción colectiva que preconizan los sindicatos aparece menos atractiva que las posibilidades de éxito profesional individual. Si el sindicato no les ofrece bastante, estas categorías de trabajadores no tendrán suficiente motivación para mantener su afiliación”[38].
También: “Las organizaciones representativas de trabajadores y empledores, de hecho desprovistas de parte o gran parte de sus funciones originales suelen orientarse hacia funciones de asesoramiento y orientación de las organizaciones de base y de los trabajadores interesados; de movilización; de vinculación y articulación con otras organizaciones de la sociedad civil y, de copartícipes en procesos de diálogo moacrosocial, cuando existen”[39].
Así, pues, además de las funciones de representación, de reivindicación y participación y del ejercicio de la negociación colectiva, el sindicato realiza distintas actividades laterales, vinculadas con la formación profesional, el quehacer cultural, la salud, la rehabilitación y protección de minusválidos, obras sociales de distinta clase e incluso actividades comerciales, industriales y financieras[40]. También brindan información sobre el mercado de trabajo y las posibilidades de colocación.
Sin embargo, los sindicatos no deben perder de vista sus funciones esenciales; “no deben evidentemente dedicar demasiada energía a unas actividades en las que tendrán que competir cada vez más con otras entidades, olvidando su verdadera razón de ser”[41]. En definitiva, se debe “mantener intacto el objetivo primordial, verdadera razón de ser del sindicalismo: la defensa de los intereses de los trabajadores, un objetivo que no puede ser subordinado a ningún otro”[42].
Tal circunstancia instituye un sexto desafío.
7. Conclusión y perspectiva
El movimiento sindical es un elemento indispensable para el equilibrio social y para la sociedad en su conjunto, constituye también un “factor de cambio”[43].
Sin perjuicio de ambas consideraciones y para encarar con éxito la globalización de la economía, los sindicatos[44] debieran adecuarse a los “nuevos tiempos”, esto es, enfrentar los desafíos consecuentes y “cambiar” ellos mismos: modificar sus funciones y la forma como tradicionalmente las han venido desempeñando: la representación de los intereses profesionales, las acciones reivindicativa y participativa y el ejercicio de la negociación colectiva.
Visto el tema en perspectiva y aunque las instituciones sociales afirmadas sobre principios asociativos tardan para transformarse, “la hipótesis más verosímil es que también los sindicatos evolucionarán”[45]. En verdad, “el secreto del a permanencia del sindicalismo es precisamente el haberse siempre adaptado con éxito a la evolución de las sociedades”[46].
A propósito de la evolución futura de la acción sindical transnacional e internacional y a pesar de las dificultades actuales, “las perspectivas son potencialmente buenas en razón del trabajo paciente y eficaz realizado por los sindicatos internacionales durante los últimos años”[47]. No debe excluirse “la creación progresiva de un sistema jurídico transnacional de relaciones laborales que impondría a las empresas multinacionales el respeto de ciertas normas mínimas”[48].
De todos modos y frente a una realidad tan desfavorable a su desarrollo, “el sindicalismo debe mantener firme su objetivo de defensa de los intereses de los trabajadores (…), para salvaguardar el valor del trabajo humano. Lo importante es que tengan conciencia de que esa defensa es fundamental para asegurar un auténtico desarrollo humano (no sólo económico), en cuanto aquél constituye una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la Tierra y es la clave de la cuestión social (…). Ese objetivo sólo podrán lograrlo en cuanto consideren que esa defensa (que, más aún, debe ser una efectiva promoción de la justicia social) debe realizarse a través de medios adecuados a la actual situación de cambio acelerado. Muchos de los instrumentos que se utilizaron en el pasado, y que dieron excelentes frutos, hoy quizá no sirvan frente a la modificación de las circunstancias que requieren otras técnicas de protección, a fin de asegurarle al hombre actual la posibilidad real (no sólo en el discurso) de alcanzar un pleno desarrollo de su existencia en su total integridad”[49].
Lima, marzo del 2005.
Abogado. Profesor de Derecho del Trabajo en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Graduados (Diploma de Postgrado en Derecho de la Empresa) de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente, sigue la Maestría en Relaciones Laborales en la misma universidad. Miembro de la Sociedad Peruana de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social.
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